Editorial: El futuro se escribe desde el pasado

Aurelio AzañaHablar de profesiones con más de 150 años de trayectoria puede resultar, sobre todo para los más jóvenes, algo pasado de moda, rancio, caduco, y más en un mundo donde la inmediatez es lo que prima, en el que el presente es lo que vale, donde lo fugaz es la tónica general.

Conforme van pasando los años, vamos aprendiendo a valorar que el tiempo es necesario para consolidar el estado de las cosas y que lo que ahora está naciendo, probablemente dentro de unos años sea ya historia. Cualquier persona saborea mejor un vino de reserva que otro de temporada que hay que consumir en el acto para que no se estropee.

Conocer la historia del ingeniero industrial es conocer cómo una profesión se ha ido depurando con el pasar de los años para acoplarse a la razón de utilidad que debe primar en todas las profesiones al servicio de la sociedad.
Así es como los ingenieros industriales llevamos 159 años transformando nuestro entorno, haciéndole la vida (ya de por sí complicada) más agradable y sencilla a nuestros conciudadanos, e intentando controlar la naturaleza (si es que eso es realmente posible).

En esta ocasión hemos querido hacer un homenaje a nuestros antecesores, a las personas que con una clara vocación por la Ingeniería Industrial fueron capaces de llevar el prestigio de una profesión hasta el momento actual.
Lamentablemente, los profesionales de la Ingeniería tenemos más tendencia a pasar desapercibidos en la historia. No ocurre lo mismo con los políticos, aristócratas, novelistas, futbolistas o actores a los que todo el mundo recuerda.

¿Quién recuerda el nombre de algún ingeniero por sus contribuciones a la sociedad? Posiblemente nadie o casi nadie. Sin embargo, ellos son los artífices del progreso de la técnica y de introducir tecnologías como la fabricación de coches o la generación de electricidad a partir del vapor, que luego dio lugar a la electricidad en las fábricas, la cual a su vez pasó a las viviendas, mejorando la calidad de vida de las personas. Ambas tecnologías, por citar un par de ellas, han tenido una transcendencia en el desarrollo de la sociedad sin parangón y todo ello se lo debemos a esos ingenieros que hoy mencionamos en nuestra revista.

Si hacemos un recorrido por la historia de la Ingeniería, yo empezaría hablando de don Agustín de Betancourt, insigne ingeniero militar que fundó la primera escuela de ingenieros de caminos, canales y puertos. Como todos los genios, nadie es profeta en su tierra y tuvo que hacer sus principales contribuciones a la Ingeniería fuera de España, ya que trabajó durante muchos años para los zares rusos.

Posiblemente uno de los ingenieros industriales a lo largo de la historia que más me han llamado la atención es don Francisco de Paula Rojas. Nacido en Jerez de la Frontera se graduó como ingeniero industrial por la Real Escuela Industrial de Madrid en la primera promoción y fue uno de los principales introductores de la electricidad y del alumbrado en España. Fue también un gran divulgador de los aspectos técnicos de la electricidad, ya que fundó y dirigió la revista ‘Electricidad’.

Andalucía ha estado muy ligada al ingeniero y a la Ingeniería Industrial. No en vano, desde el inicio de la titulación en 1850, cuatro centros impartieron desde los albores esta titulación que se ha preservado con éxito hasta nuestros días. Eran la Escuela Industrial de Madrid, la Escuela Industrial Sevillana, la Escuela Industrial de Barcelona y la Escuela Industrial de Vergara. Desafortunadamente todas ellas (salvo la de Barcelona que fue apoyada por diversas instituciones locales y regionales) cerraron por motivos económicos y porque los políticos de la época, cortoplacistas y con poca perspectiva de lo que sería después esta profesión, no apoyaron con recursos públicos su continuidad. Para mí, esa fue una de las principales razones de que en España se perdiese el tren de la revolución industrial: la falta de ingenieros bien preparados capaces de asimilar e implantar los conocimientos técnicos que se estaban sucediendo constantemente en la Inglaterra del siglo XIX.

Otro del los ingenieros, en este caso ingeniero naval, que tuvieron mucho que ver con el desarrollo industrial y el progreso económico de España fue don Gregorio López Rodó que, como ministro de Industria durante el franquismo, desarrolló como tecnócrata el modelo moderno de las industrias del siglo XX. Hay que reconocerle la contribución al progreso industrial de España, sin entrar en los planteamientos políticos con los que podemos estar en desacuerdo.

Si estas personas fueron capaces de destacar fue principalmente porque eran personas singulares, personas capaces de asimilar los conocimientos y generar otros nuevos haciendo con ello que la sociedad progresase. Pero también se vieron arropados por un sistema educativo que les proporcionó los conocimientos básicos y las capacidades apropiadas para que pudiesen destacar.

La pregunta que me hago es si el modelo educativo actual nos permitirá formar a los futuros ingenieros que deberán continuar la labor de genialidad y creatividad que necesitaremos en los próximos años. De esta forma se podrán asimilar los cambios tecnológicos tan bruscos que se están produciendo y no perderemos el tren de la próxima revolución industrial que nos aguarda, como ya perdimos en su día el tren de la primera (cuyo elemento más representativo fue precisamente la máquina de vapor).

Particularmente, tengo mis dudas de que estemos formando a nuestros jóvenes ingenieros en la dirección adecuada y voy a hacer todo lo que esté en mi mano para garantizar una formación de los próximos ingenieros industriales acorde a las necesidades de los tiempos actuales que, seguramente, serán más exigentes que las que se encontraron nuestros antecesores en 1855 y años siguientes. En palabras de Goethe: “El viejo orden acaba de sucumbir. Un mundo nuevo ha nacido hoy. Yo estuve allí y lo vi.”

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